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Celda

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“La búsqueda de la intimidad con Dios lleva consigo la necesidad verdaderamente vital de un silencio de todo el ser”.

(San Pablo VI)

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En la soledad de su celda, oculta para el mundo, la contemplativa podrá conocerse, reformarse e imitar a Nuestro Señor que vivió oculto treinta años en Nazaret y aún en su vida pública buscaba frecuentemente la soledad: subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí (Mt 14, 23). Tiempo de celda debe entenderse primariamente en sentido espiritual como tiempo de soledad total.
“La celda es la tierra santa y el lugar santo donde el Señor y su siervo hablan frecuentemente como dos amigos, el alma se une al Verbo de Dios, la esposa a su Esposo, las cosas de este mundo a las del cielo, las humanas a las divinas, puesto que es como un templo santo de Dios, que no otra cosa es la celda del siervo del Señor”.

Durante el tiempo de celda la contemplativa se dedicará prioritariamente a la lectio divina, esto es, a la meditación de la Palabra de Dios.

“La gran tradición monástica ha tenido siempre como elemento constitutivo de su propia espiritualidad la meditación de la Sagrada Escritura, particularmente en la modalidad de la lectio divina”. Gracias a ella, la Palabra de Dios llega a la vida, sobre la cual proyecta la luz de la sabiduría que es don del Espíritu y se obtiene la luz necesaria para el discernimiento personal y comunitario para buscar los caminos del Señor en los signos de los tiempos, adquiriendo así una especie de instinto sobrenatural para poder discernir la voluntad de Dios (cfr. Rm 12, 2).
La lectio divina no sólo nos abre el tesoro de la Palabra de Dios, sino también crea el espacio del encuentro con Cristo, Palabra divina y viviente. Siguiendo las líneas del Magisterio de la Iglesia, enunciamos los pasos fundamentales: la lectio, la meditatio, la oratio, llegando a la contemplatio, que tiende a crear en nosotros una visión sapiencial, según Dios, de la realidad (aceptamos como don de Dios su propia mirada al juzgar la realidad) y a formar en nosotros la mente de Cristo (1Co 2, 16). Finalmente, la lectio divina no termina su proceso hasta que no se llega a la acción (actio), que mueve la propia vida a convertirse en don para los demás por la caridad.

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